Se cae ahora en cuenta de lo que fue obvio desde hace tiempo. El cambio sexenal no traerá consigo el fin de la mañanera. El instrumento creado por López Obrador llegó para quedarse porque es una pieza, al mismo tiempo, clásica e innovadora de la propaganda gubernamental.
Primero, honor a quien honor merece. La mañanera es un ejercicio único. Aunque su creador tenía ya conferencias parecidas en sus tiempos de jefe de Gobierno del Distrito Federal (2000-2005), lo que ocurre en Palacio Nacional hoy es un modelo turbocargado.
Si bien los presidentes del pasado sostenían con regularidad eventos en donde se anunciaban políticas, reportaban avances, normaban la conversación política o hacían contestaciones a adversarios, el acceso directo del soberano a la prensa era más que escaso, excepcional.
En esos ayeres, no muy lejanos por cierto, el término boletinero definió a toda una clase periodística. Lo emitido por Los Pinos, o en su defecto Gobernación, era la línea sobre la que se trazaban titulares de medios electrónicos y jerarquía en primeras planas “nacionales”.
Siempre hubo excepciones y también es cierto que el manejo que se podía dar a la propaganda del comunicado —la ubicación en la edición, y el spin a la hora de cabecear o dimensionar la versión oficial— se volvían per se insumo político para la opinión publica.
La mañanera, sin embargo, innovó en una cosa fundamental; y esa no fue la nada despreciable escenificación de intercambios directos, a veces mucho más que preguntas y respuestas, entre el presidente y una o un periodista.
Definirse como ejercicio donde el destinatario era, sin intermediación de los medios, el pueblo, la sociedad (en una palabra, la nación), como una emisión que al mismo tiempo que aprovechaba a la prensa se la saltaba para llegar a la audiencia deseada, es su esencia.
Palacio fijó así la dinámica mediante la cual Morena evadiría un cerco mediático que sí es convencional y no producto de la paranoia. Como cualquier otro poderoso, AMLO trató de minimizar los costos y el desgaste del escrutinio de la prensa. Y para sus fines, lo logró.
De ahí que el formato no tenga porque jubilarse cuando su inventor se retire al rancho. Porque encima, al cambiarlo por otro se corren dos riesgos: el de la comparación (sea malsana o legítima), o que eso que se invente o incorpore no funcione, ni remotamente, igual.
Además, la mañanera se queda así cambie de horario o de ejecutante del instrumento porque antes que nadie, y sobre todo, la necesita el movimiento obradorista, que la ha hecho pan cotidiano de su militancia y pinza que sujeta a medios propios y controla a los críticos.
La mañanera satisface varios objetivos: fija la agenda de la conversación pública; fomenta el mito de epopeya del movimiento, alimenta a todo el sistema de medios públicos y privados progubernamentales, y activa a un sistema parapúblico de youtubers.
Lo que ocurre con esas conferencias no sucede en un vacío. Es una maquinaria de emisión de paquetes propagandísticos que logra copar la conversación pública porque activa una maraña de replicadores, entre deliberados y tontos útiles, de su metralla cotidiana.
Es decir, la mañanera no está sola. Su magia no es accidental o inexplicable. Su potencia es resultado de factores, preexistentes o agregados, que se conjugan para lo que hemos visto estos seis años: a un efectivo Tlatoani en tiempos de redes sociales y postverdad.
Ese éxito es explicado por ingredientes como la innegable disciplina de su protagonista, la obsecuencia de buena parte de la prensa, la saturación de la sala de paleros y/o reporteros hechizos, la crisis en general de los medios en un ambiente de transformaciones permanentes en las plataformas digitales, la migración de las audiencias a consumir contenido audiovisual en redes, la incapacidad de autoridades y entes no gubernamentales de monitorear en internet la equidad de la cobertura política, esa sordina compuesta de youtubers “aas” que con olas de lo dicho en la mañanera sofocan la acústica de medios convencionales, la distribución discrecional del presupuesto para comunicación social a medios amigos, la renuncia por parte del régimen a patrocinar medios de Estado y por ende la definición de los canales oficiales como medios gubernamentales, y, desde luego, la irrefrenable actitud de no respetar límites y explotar en ese espacio materiales que violan leyes de protección de datos personales o el debido proceso judicial para construir en el Salón Tesorería un patíbulo donde se alimenta el morbo al exhibir presuntas ilegalidades de adversarios. Qué más secularmente popular que esto último.
En suma, la mañanera es el eje de un sistema propagandístico que muchas veces no repara en la ley ni en la responsabilidad democrática, y que explota las debilidades de la prensa convencional al tiempo que optimiza oportunidades de la era de las redes sociales.
¿Como por qué entonces la nueva presidenta habría de tirar a la basura un programa que da tanto rating a su movimiento?
Desde luego, las segundas temporadas, máxime si se cambia de protagonista, suelen enfrentar retos. Y no se trata solo de esa ponderación falaz de la capacidad histriónica del actual mandatario: muchas veces sus “chistes” obedecen al exceso, no al ingenio.
No hay que confundir capacidad para el performance mediático con la irresponsabilidad. Sacar un “detente” en plena pandemia, recibir a madres de desaparecidos de Argentina y desdeñar a las nacionales, o revelar datos fiscales de particulares no es talento, es burla.
Y esa sería la verdadera duda sobre las mañaneras que tendrán lugar a partir del 1 de octubre. Porque una cosa es que el movimiento necesite ser enardecido por la líder, y que dominar la agenda constituya una aspiración legítima del poder, mas el cómo importa.
El mercurial estilo de Andrés Manuel será extrañado por una base que agradece la proclividad a la perenne descalificación y el bullying a quienes piensan diferente. Marcadamente Claudia Sheinbaum posee un perfil más sobrio, pero ¿necesariamente más plural?
Por ello se puede aventurar que los ejercicios tipo mañanera de la próxima presidenta abreven de su identidad. Mañaneras para que se comprenda y difunda la obra gubernamental, en donde muchas preguntas podrían ser bateadas por la vía de una actitud tutorial.
El llamado ejercicio circular, que en realidad nunca fue diálogo, adquirirá necesariamente el estilo de su nueva ejecutante. La autoridad académica, y la solvencia de un abrumador triunfo, como impronta de los mensajes, que no necesariamente respuestas.
Los académicos sí discuten, pero antes que acordar pretenden imponer su razón, máxime si acatan un mandato incuestionable en el número de votos recibidos y en lo que se transparentó como plataforma, como hoja de ruta para el siguiente sexenio.
Y sin embargo, insisto, no es el tono o la forma de las mañaneras de Claudia lo que debería ser tema de atención. A fin de cuentas, tampoco hay misterio: ella ha tenido ya sus propios ejercicios en el Gobierno de la Ciudad de México e incluso en la transición.
Porque se puede avizorar que lo relevante estará en otras cuestiones. Una en sus manos, y otra no.
Su decisión personal es sobre a qué estará dispuesta, ella que ofreció apertura y retomar diálogo con quienes no piensen como ella, a la hora de enardecer a su base: cuánto de los excesos, de fondo y de forma, en contra de adversarios y críticos permanecerá en Palacio.
Y la segunda va ligada a la primera porque la pondrá a prueba. Cuál va a ser su deliberada contención sobre todo en un entorno de gobierno con poco dinero y frente a una coyuntura internacional que solo hace pensar en creciente tensión con el vecino del norte.
Porque la mañanera no existe en abstracto. Precisamente muchos de los aplaudidos recursos del actual showman fueron para evadir entrarle a crisis concretas y muchas veces dolorosas.
Para Sheinbaum, establecer la narrativa de su mañanera implica que la realidad probará los límites a los que está dispuesta a llegar en público. Y será una prueba cotidiana y sexenal donde será comparada con su predecesor, pero también con sus promesas inicial.
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